La Canastilla Aplastada
Se acercaba el DÃa de la Madre. Un niño de nueve años habÃa hecho, con sus propias manos, una canastilla de cañas para obsequiársela a su querida madre. Todos los dÃas, desde una semana antes, el muchacho, a escondidas, sacaba el regalo y lo contemplaba con orgullo. Si alguna de las cañas se habÃa zafado, o no estaba bien sujetada, el niño la cambiaba y modificaba todo el diseño de la canastilla.
Llegó por fin el DÃa de la Madre. HabÃa acordado con su hermanita que cada uno llevarÃa su regalo a la mesa para darle la sorpresa a la mamá. Cuando llegó el momento, la hermana llevó el suyo, pero el niño no aparecÃa por ningún lado. La madre, después de un buen tiempo, lo llamó, pero él no salió de su cuarto. Asà que ella puso el oÃdo a la puerta, y oyó al niño llorando.
Muy sabia y discretamente, la madre abrió la puerta y vio a su hijo sentado en el piso, con el regalo entre las piernas, todo aplastado. Lo habÃa ocultado detrás de un escritorio, y alguien habÃa movido el escritorio y habÃa destrozado la canastilla.
Sin decir nada, la dulce madre se sentó junto al hijo y empezó a rehacer la canastilla, caña por caña. El niño comenzó a secarse las lágrimas, y a medida que la canastilla volvÃa a tomar forma en las manos de la mamá, más y más amplia se hacÃa la sonrisa en su inocente rostro.
Al terminar la madre la tarea, fue con su hijo hasta el comedor con el regalito, y el niño experimentó ese dÃa el DÃa de la Madre más inolvidable de toda su vida. «Lo recuerdo perfectamente —escribió ya como adulto el Hermano Pablo—porque aquel niño era yo mismo.»
«Muchas veces en la vida, desde entonces, he visto la misma escena. Pero no ya, amigo mÃo, una canastilla rota que construye una madre con sus propias manos, sino vidas destrozadas, arruinadas, estropeadas por el pecado, que toma Cristo en sus manos y las recompone y regenera. Cristo es el gran Carpintero de las almas, amigo mÃo.
Tiene amor, tiene paciencia, tiene sabidurÃa y tiene poder. Puede recomponer cualquier vida hecha escombros por el pecado. Y Él sólo está esperando que nosotros, con lágrimas y con esperanza, le entreguemos nuestra alma.»