Por una Póliza de Seguros
Ocurrió en el estado de Arizona de los Estados Unidos de América. A medianoche la señora de Barton percibió olor a humo. Despertó a su esposo y se dieron cuenta de que la casa se estaba quemando.
Los Barton trataron de apagar el fuego, pero ya estaba muy avanzado, así que llamaron al cuerpo de bomberos. Cuando éstos llegaron, Barton y su esposa ya habían sacado de la casa a los tres niños. Era, por cierto, todo lo que habían logrado rescatar de las llamas.
De pronto Barton recordó que la póliza contra incendios para la casa estaba guardada en la gaveta de su escritorio, así que entró corriendo para sacarla. Los bomberos le gritaron que saliera porque el fuego había deteriorado las vigas, pero él en su consternación no oyó la advertencia. No bien había entrado en busca de los importantes papeles, las paredes de la casa se desplomaron y Barton quedó atrapado entre los escombros y terminó carbonizado. Lo peor del caso es que no era necesario rescatar la póliza, ya que la compañía de seguros tenía en sus archivos su propio ejemplar de esa póliza.
Seguramente nos parece insensato lo que hizo el señor Barton; sin embargo, somos propensos a hacer lo mismo en nuestra vida familiar. Es tal nuestro empeño por asegurarnos de todo lo que esta vida nos puede deparar, que no nos importa si es a costa de nuestro hogar. Por rescatar simbólicamente una póliza de seguro contra incendios, ponemos en juego tanto el presente como el porvenir.
¿Acaso no es eso lo que ocurre cuando un hombre casado entra corriendo a una casa a una cita con una mujer ajena? Al igual que Barton, lo hace en un arrebato de locura, sin pensarlo, sin considerar las consecuencias; pero a diferencia de Barton, no lo hace por resguardar a su familia sino ¡por el disfrute de un momento de placer egoísta! En aras de mantener su virilidad sexual, a fin de que no se apague la llama de su pasión erótica, irónicamente se expone a que su alma arda en el fuego de la condenación eterna. Lo más irónico del caso es que, al igual que Barton, no reconoce que hay otro ejemplar de lo que busca, pero a diferencia de Barton, que no debe buscarlo fuera de su casa sino dentro de ella.
No comprende que sólo hace falta que trate a su esposa como la mujer selecta que Dios le dio para que disfrutara con ella de la más dulce y satisfactoria intimidad física y emocional.
Por eso nos aconseja el sabio Salomón: «Aléjate de la [mujer ajena]; no te acerques a la puerta de su casa.... Porque al final acabarás por llorar, cuando todo tu ser se haya consumido.... Bebe el agua de tu propio pozo, el agua que fluye de tu propio manantial.... ¡Goza con la esposa de tu juventud!... ¡Que su amor te cautive todo el tiempo!