El Drama De Maria
María era una bella niña de dieciséis años de edad que vivía en una de las grandes ciudades de América Latina.
Una tarde ella regresó de la escuela a su casa con una honda pena. Sus padres habían salido, pero eso le era un alivio, porque la preocupación que María traía era un embarazo. A esa temprana edad María estaba embarazada y no sabía qué hacer.
Angustiada hasta más no poder, tomó una resolución drástica. Con un alambre retorcido, ella misma se hizo un aborto. Pero sufrió una fuerte hemorragia y tuvo que internarse en el hospital.
Allí, junto a su cabecera, se mantuvo orando catorce días, hasta que la joven abrió los ojos y habló. Pero no era Shawn sino Patricia. Era un caso de identificación equivocada.
«No importa que esa joven no sea mi hija —manifestó Colleen Lake—; yo igual le seguiré mostrando amor de madre.»
He aquí una historia con detalles patéticos. Una madre se pasa dos semanas a la cabecera de quien cree que es su hija. Mujer fiel y creyente en Cristo, se pasa el tiempo orando por ese cuerpo juvenil destrozado. Por fin sus oraciones hallan respuesta. La joven despierta, sólo para aclarar que se llama Patricia Noonan, no Shawn Lake. Sin embargo, el amor materno de Colleen sigue inalterable. No importa que sea la hija de otra y no la suya. En medio de las desgracias comunes, la solidaridad humana se hace más firme, más sólida, más profunda y —valga la redundancia— más humana, y el amor se perfecciona, y halla inmejorables motivos para expresarse.
¿Qué sería de este mundo si no hubiera amor: amor de madre, amor de padre, amor de esposo y esposa, de hijos y de nietos? ¿Cómo estaría de contaminado el ambiente moral del mundo si no existiera el amor de novios o el amor de hermanos? Tal vez nos invadirían todos los demonios que pueblan los aires, y nos atormentarían más de lo que actualmente nos atormentan.
El amor es la esencia de la vida porque es la esencia de Dios nuestro Creador. Jesucristo, el Hijo de Dios, dijo: «Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos.»1 Y a las pocas horas lo demostró, dando su vida por nosotros en una cruz. Por eso San Juan, quien lo vio sufrir y morir en esa cruz, dijo que Dios es amor.2 Cristo fue la personificación misma del amor: el amor encarnado.
Ahora nos corresponde a nosotros amar a los demás tal como Cristo nos amó a nosotros. Por eso San Juan, antes de declarar que Dios es amor, afirmó que el que no ama, no conoce a Dios.3 Lo cierto es que así como Dios ayudó a Colleen Lake, la madre de Shawn, en medio de su propio dolor, a amar a una joven desfigurada que no era su hija, Él también quiere y puede ayudarnos a nosotros a amar a nuestros semejantes.